viernes, 25 de agosto de 2017

Las cajas del cuco sindical

Leemos (*)
El matrimonio entre los primos segundos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla había permitido unificar muchas cuestiones, como la política exterior o la creación de una única hacienda real. El gran acierto de Isabel fue apostar a favor de Gonzalo Fernández de Córdoba, al que con el tiempo se lo conocería como “El Gran Capitán”. Gonzalo fue un genio militar excepcionalmente dotado, que por manejó combinadamente la infantería, la caballería, y la artillería aprovechándose del apoyo naval. Supo mover hábilmente a sus tropas y llevar al enemigo al terreno que había elegido como más favorable. Revolucionó la técnica militar mediante la reorganización de la infantería en coronelías. Idolatrado por sus soldados y admirado por todos, tuvo en su popularidad su mayor enemigo.

A la muerte de Isabel la Católica, el rey Fernando se hizo eco de ciertos rumores que acusaban a Fernández de Córdoba de apropiación de fondos de guerra durante el conflicto italiano, lo que unido a los temores de que se hiciese independiente gracias a la gran fama y notoriedad adquiridas, acabó con su destitución del mando. 

Aunque puede que no sea más que una leyenda, se cuenta que el rey pidió una rendición de cuentas del dinero de su reino gastado en la campaña militar. Para don Gonzalo esto habría sido visto como un insulto. aa propio desagravio presentó unas cuentas (que se conservan en el Archivo General de Simancas) con tal detalle, que han quedado como ejemplo de meticulosidad. Se cuenta que se presentó al otro día ante el monarca, que abrió un libro y se lo escuchó decir:
 – Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas. Cien millones en palas, picos y azadones, para enterrar a los muertos del adversario. Cien mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de sus enemigos tendidos en el campo de batalla. Ciento sesenta mil ducados en poner y renovar campanas destruidas por el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo y Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el Rey pedía cuentas al que le había regalado un reino.
Esta anécdota me recordó una frase suelta adjudicada a Lenin sobre la estupidez capitalista y la licitación de horcas e inmediatamente la relacioné con la polémica de las obras sociales que ya he dicho mil veces no son parte de la doctrina justicialista pero que se respeta entre peronistas.



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